Mi padre, cómo era profesor de un colegio, siempre quiso que sus hijos tengan una

educación de primer nivel. Él conocía la excelencia académica del Leoncio Prado, y me

inscribió en la academia “Mi Perú”, con muchos de ustedes para que ingrese allí. Por más

que aprobé el examen, mucha gente postulaba en ese entonces y no agarré un cupo.

Entonces a mi papá le dijeron que podía ir a otro Colegio Militar y después trasladarme, en

cuarto año. Como tenía un compadre en Chiclayo, me hizo ingresar al Colegio Militar Elías

Aguirre donde estudié en tercer año. Cuando me trasladé en cuarto al CMLP, sentí que las

cosas eran diferentes, empezando por los tremendos “pechazos” que recibí en tercero con

las dos manos y todo el peso del cuerpo. Y luego entendí que en el Leoncio Prado, habían

otras cosas totalmente distintas del Elías Aguirre, ¡era un colegio impresionante!.

Una de las cosas que me dió mucha salida para el resto de mi vida, fueron los talleres que

teníamos. Sobre eso hay muchos no conocen lo que recién voy a contar. Habían talleres de

futbol, basket, inglés, fotografía, y al fondo de la piscina habían tres talleres:

metalmecánica, cerrajería y carpintería. El profesor de metalmecánica era el proveedor de

las camillas a las monjas del hospital Loayza, que en ese entonces era regentado por ellas.

Como yo ya trabajaba en una chacra de uvas en Vitarte tenía mi billetito. Me hice muy amigo

del profesor y le conté lo que hacía y tenía. Un día me pidió prestado dinero para hacer

camillas para las mojas, y yo le dije: “no profesor usted sáqueme permiso y voy a comprar

con usted y vamos mitad y mitad”. El profesor me sacó permiso, y con él empecé a conocer

las cosas que el profesor hacía. Al salir del colegio me dediqué muchas otras actividades, y

después de un tiempo retorné a la actividad que realizaba mi profesores. Actividad que sigo

haciendo hasta ahora. Desde camillas hasta mesas de operaciones.

Me dedicó a hacer productos hospitalarios. Eso es lo que me dejó el colegio. ¡Una profesión!.