Recuerdos que dan vida a la vida.

Quién no sería escéptico al escuchar a un adolescente asegurar,  haber pasado los mejores años de su vida encerrado en un colegio militar. Sin embargo, para mi fue un momento que marcó época y sigue presente tan fuerte como una roca. Tiempos buenos donde se alojó la nostalgia, recuerdos que siguen vivos y son el perfume que retroalimenta mi espíritu. Y es que cuando ingresé al colegio militar, no imaginé cuanto afectaría mi vida, ni como aquellos adolecentes provenientes de todos los rincones del Perú, terminarían siendo mis hermanos del alma.

Corría el caluroso verano del 73 cuando me interné en el CMLP, mientras en la radio se escuchaba “La tarde que te amé” y “Killing me softly with his song”,  frases cómo «Alto el pensamiento» y «Disciplina, moralidad y trabajo»,  pasaron a ser parte de mi aprendizaje diario. Cómo olvidar a la “Rompe filas” y a la “Pan con huevo”, las únicas mujeres qué vimos durante un mes y medio; o frases como ¡Cuádrese cadete! ¡Levante la cara! ¡Saque pecho! ¡Pegue la mano! ¡Marche bien carajo! ¡Chanque el piso que no se le va a caer el trapito! ¿Qué me mira?¿Se me ha templao?  Ya le voy a regalar una foto mía calato con la mano en los huevos para que le rece todas las noches; y así entre la diana y el toque de silencio, entre bromas, apodos, pechazos y gritos, fueron transcurriendo mis primeros días, sin saberlo, un gran cambio estaba comenzando, el adolecente cambió las pelusas por barba, y aprendió que es preciso educar el alma y el corazón, pero sobretodo el espíritu para vivir la vida sin miedo; que los obstáculos son oportunidades que nos presenta la vida para hacernos más fuertes; que nunca debemos permitir que nada ni nadie nos gane la moral, porque si nos ganan la moral, nos ganan la guerra; que todas las situaciones de la vida tienen su propio encanto, y pertenecen a un mundo en el cual solo la bondad de un espíritu fuerte y generoso, tiene la sabiduría de encontrar.

Han pasado cinco décadas ya, y al reencontrarme con estos cadetes, el tiempo volvió a escribir cada línea, los recuerdos de las sonrisas que deje atrás regresaron como flashes, y a pesar que a veces uno se siente parte de muy poca gente, al recordar las experiencias vividas y los momentos coleccionados en el alma, me di cuenta que nunca dejé de pertenecer a esta gran familia, que mi paso por el colegio militar quedó grabado en mi corazón, y si tuviera la oportunidad de hacer todo nuevamente, lo haría sin dudar.

Dejemos que el cadete que llevamos en el templo sagrado del alma, nos guíe por el camino de regreso a la grandeza del espíritu, y que todas nuestras semblanzas den tesimonio del glorioso paso de la XXX Promoción, por el Colegio Militar Leoncio Prado. 

“Alto el pensamiento”

Juan Carlos Gamarra Portocarrero